Por: Psic. Sofía González
"Cuando sea padre no seré
así", "yo lo haré de otro modo", quizá es lo que pensábamos cuando aún estábamos
bajo las normas y el control de nuestros padres. Siendo niños o adolescentes
nos pudimos haber cuestionado si nosotros podríamos mejorar o incluso llegar a
ser padres totalmente diferentes a los que tuvimos.
Sin embargo, cuando nos
convertimos en padres, es común escuchar la voz de nuestro padre o madre
hablándoles a nuestros hijos. El escuchar en uno mismo aquellas frases que
tanto escuchábamos en el pasado, nos puede sorprender de manera tanto positiva
o negativa.
La teoría psicoanalítica explica
que los primeros años de la infancia son claves para el desarrollo posterior de
todo individuo. Esta etapa tan importante, determinará las experiencias
tardías, es decir, así como nos relacionamos en nuestra infancia, sobre todo
con nuestras primeras figuras (padre y madre), nos relacionaremos en la
adultez.
Sigmund Freud indica que, en los
primeros años de infancia, algunas situaciones importantes quedan en el olvido,
sobre todo las dolorosas, las cuales se quedan en aquel espacio oculto llamado
inconsciente. Es así como repetimos los patrones de conducta que vivimos en la
infancia, pues no los reproducimos como recuerdos, sino como acciones. Estas
pautas de relación que tal vez hoy no son tan funcionales y, que por el
contrario nos causan dolor, resultan muy difíciles de modificar, ya que nos
aferramos a ellas de manera no consciente para poder elaborarlas por medio de
la acción.
Por lo anterior, podemos
comprender mejor cómo en estudios acerca del maltrato familiar se encuentra que
padres que vivieron experiencias desagradables como hostilidad, rechazo, falta
de comunicación, inestabilidad, entre otros, repiten esos patrones de conducta con
sus hijos. En esta situación se ve reflejado un círculo vicioso en el que los
padres que fueron maltratados, maltratan a sus hijos.
Otros estudios demuestran que los
padres que pueden manejar e integrar aspectos positivos a sus experiencias de apego en su infancia,
tendrán hijos que podrán expresar sus necesidades y miedos con mayor facilidad
generando así, hijos más seguros. En cambio, los padres inseguros, con una
representación negativa de sus relaciones en la infancia, tendrán un poderoso y
negativo efecto en la nueva relación con sus hijos.
Si bien es cierto que la infancia
influye de manera drástica en nuestra vida y, posteriormente, en la de nuestros
hijos, las diferentes vivencias a lo largo de nuestro desarrollo posterior
pueden ir enriqueciendo nuestro camino, pero hay que sumar a nuestro equipaje
los conflictos que venimos cargando que no se resolvieron en su momento.
Nunca es tarde para buscar y
construir nuestro bienestar psíquico. Tomemos en cuenta que "para ser
feliz hay que saber cambiarse a uno mismo", así lo expresa el investigador
italiano Cavalli-Sforza.
El apoyarse en una terapia con
orientación psicoanalítica para entender y saldar cuentas del pasado, puede
ofrecernos un futuro con mejores oportunidades. Entender las causas por las que
repetimos experiencias anteriores y, así, tomar el pasado en nuestro beneficio
para mejorar la calidad de nuestras decisiones, no sólo nos ayudará a construir
un nuevo camino sin ataduras, sino también podremos augurar un mejor camino
para las futuras generaciones.
Fuente: http://de10.com.mx/14411.HTML
Imagen: de10.mx